Emociones dominantes y emociones tácitas.

Emociones dominantes y emociones tácitas.

Síntesis del Capítulo Sistemas Emocionales del libro “El terapeuta y las emociones”. Dr. Paolo Bertrando.

Atractor es un concepto matemático, su aplicación clínica tiene la naturaleza de una metáfora. El punto interesante de tal metáfora es que concibe el rol de las emociones en un sistema humano (uni o pluripersonal) independientemente de las intenciones conscientes de las personas involucradas, que frecuentemente, por su parte, viven las propias emociones como algo experimentado más que deliberadamente buscado.

En esta clave de lectura, determinadas emociones actúan para algunas personalidades como atractores; es decir, organizan la personalidad, o al menos algunas partes de ella, alrededor de sí mismas, mientras otras se vuelven repulsoras, empujando no sólo a sí mismas sino también a las ideas y las estructuras cognitivas conectadas a sí mismas, hacia el fondo, constituyendo áreas escondidas. Las emociones son obviamente concebibles como atractores extraños, en el sentido que para cada uno de nosotros, los estados y las interacciones emotivas no se repiten perfectamente idénticos jamás; sin embargo, en el tiempo, muestran semejanzas inconfundibles, creando una tendencia, por cuanto imperfecta, una regularidad.

Las emociones son potentes atractores incluso en los sistemas interpersonales. Frecuentemente las emociones positivas funcionan como atractores (pero no siempre: piénsese cuando la alegría puede ser un repulsor en caso de depresión), mientras en general emociones como el sufrimiento o la tristeza son repulsores. El enojo puede actuar sea como atractor o como repulsor, según el contexto de las personas involucradas, de las situaciones de partida, y del mismo modo la vergüenza. Algunas personas cuya emotividad está organizada en torno a la vergüenza pueden ser atraídas por personas despreciativas, etc. Así, atractores y repulsores se organizan en la historia evolutiva tanto de los individuos como de los sistemas suprapersonales (Saarni, 2000). Cada sistema emotivo específico tendrá sus atractores y repulsores, y el terapeuta lo deberá tener bien presente.

Hablaré de “emociones dominantes” en lugar de “atractores” y de “emociones tácitas” (con un pequeño homenaje a Michael Polanyi) en lugar de “repulsoras”.

Atención: Una emoción dominante no es (necesariamente) una emoción sentida como placentera, así como una emoción tácita no es una emoción displacentera o desagradable. La emoción dominante tiende a dominar a la persona o al sistema, mientras aquella tácita no aparece en el campo de conciencia. Si una persona está mal porque se avergüenza demasiado, o una pareja sufre de frecuentes enojos recíprocos, eso no significa que vergüenza o enojo sean emociones tácitas. Son emociones dominantes (pero negativas). Así, para quien sufre de fobia, el miedo no es una emoción tácita. El miedo para el fóbico, es una emoción dominante negativa, en el sentido que toda su vida estará permeada de la vigilancia al miedo, y de los intentos de evitar cada posible situación conectada a los estímulos fóbicos, exactamente por esto, el miedo se volverá central en la organización de su personalidad y de sus relaciones. En cambio, hay personas juzgadas temerarias, que se involucran fácilmente en riesgos, incluso de vida, sin sentir jamás aquel miedo que casi todos los otros sentirían en su lugar. Para ellos, el miedo es una emoción tácita.

UN CATÁLOGO DE EMOCIONES

Cada emoción tiene características particulares, en cuanto a su posibilidad de actuar como emoción dominante o tácita. Se trata entonces, de darle un nombre. La dificultad de la tarea es notable, cualquier hecho de la vida es (también) emotivo, entonces la lista de las emociones es virtualmente infinita.

Llamar a cada emoción por su nombre tiene sus ventajas, sobre todo la posibilidad de escapar de la vaguedad de una emotividad genérica. Pero tiene también sus desventajas, en particular el riesgo de volverles objetos, cuando no son objetos. Reificar las emociones significa verlas como “cosas”, entidades discretas que puedo meter o quitar a voluntad dentro de mis relaciones;  y también considerarles mucho mejor definibles y separables una de la otra de cuanto son, frecuentemente nuestra percepción de las emociones es mixta y confusa (Orange, 1995). Pero de los riesgos me ocuparé más adelante. De cualquier forma, cada vez que hago referencia (por ejemplo) a la vergüenza, significa no que piense a una “cosa” llamada vergüenza, sino que estoy usando un atajo para indicar un proceso, alguien se avergüenza, algún otro observa y reacciona a esa vergüenza, y así sucesivamente. Esto debe tenerse presente en la lectura de las páginas que siguen.

Alegría, disfrute (enjoyment). Expresados, ambos, a través de la sonrisa, según Tomkins derivan de la reducción de intensidad de otro afecto prolongado en el tiempo, sea positivo o negativo. Tomkins reconduce la alegría a una experiencia de “comunión”, cuyo primer ejemplo está en la comunión intensísima de la relación madre-neonato, en la cual la sonrisa social de la madre, se refleja en aquello inicialmente innato e incondicionado del niño. “La sonrisa crea una felicidad a deux similar, pero también diferente de aquella creada del disfrute de la relación sexual”. Por cuanto la alegría y el disfrute puedan derivar de estímulos incondicionados, como saciar hambre o sed, o ser abrazado por alguno, pueden también derivar – y con igual intensidad –  de situaciones aprendidas como leer un libro, escuchar música, tener una conversación interesante, etcétera.

Interés, excitación. Expresan la capacidad de concentrar la atención en un objetivo y se hacen visibles a través de la focalización de la mirada y una postura de concentración y escucha. Son a su vez, fácilmente dominantes, aun cuando la excitación puede sentirse muy fuerte y volverse tácita.

Amor (afiliación, deseo). El amor es uno de los argumentos principales de la psicoterapia, ya sea en la versión de felicidad o infelicidad. Hatfield y Rapson (2000) distinguen el amor pasional del amor asociativo (traduzco así su compañerismo, porque “amor amigable” o “de compañeros” tendría poco sentido). Si lo consideramos fundado sobre las relaciones de apego, el primero estaría fundado en la relación neonato-madre, el segundo en las relaciones de los padres. El primero tiene la urgencia, la tempestuosidad, el carácter de absoluta necesidad de las emociones infantiles, que lleva al niño a no poder hacer nada sin la madre, el segundo tiene la tranquilidad conectada al vínculo y a la actividad parental. Ambos tienden, naturalmente, a volverse emociones dominantes (si son tácitas, su ausencia es percibida como una grave carencia).

Pero, las vicisitudes más interesantes para mí son aquellas del deseo, el deseo insatisfecho de tantas terapias individuales, aquel que está disminuido o ausente en tantas terapias de pareja. Incluso la carencia o falta de deseo se vuelve el argumento principal de las terapias sexuales de pareja, sustituyendo el antiguo énfasis sobre la ansiedad del rendimiento (Clement, 2004).

Sorpresa. Representa la reacción a lo nuevo, al cambio improvisado que produce un aumento de tensión –que por sí mismo no es ni placentero, ni displacentero. Silvan Tomkins lo denomina resetting emotion (emoción de reajuste), la emoción que si es aceptada, consciente de reprogramar la propia actitud emotiva global. Si es dominante, denota apertura al externo. Se liga a la posibilidad de aceptar las novedades que emerjan. Por varias razones, es difícil que una persona llegando a terapia, esté muy abierta a la sorpresa. Incluso con personalidades que a primera vista, parecen centradas en la sorpresa y novedad – como sucede por ejemplo a quienes tienen el diagnóstico de borderline – que de cualquier forma responden con una cierta previsibilidad como ha observado Maffei (2008) en algunos estudios experimentales, la persona borderline sigue en general su propia orientación interna con una cierta constancia. Aquello que la vuelve (para el observador externo) imprevisible es el poco cumplimiento en las relaciones con los otros.

Sufrimiento (distress), angustia. Entiendo aquí el sufrimiento como una manifestación emotiva primitiva, caracterizada esencialmente por el llanto y un sentido general de malestar. Tomkins la diferencia de la ansiedad y sobretodo de la angustia, que considera según la antigua lección de Freud, una señal de alarma conectada al miedo, intensa e inmediata; mientras el sufrimiento es una emoción de intensidad más baja, que puede tener una duración más larga sin asumir necesariamente un significado patológico.

Enojo. Es una emoción que puede ser indiferentemente dominante o tácita, según el contexto. Si es verdad que todas las emociones tienen un receptor universal, en el sentido que son causadas por una relación definida, pero directas indiscriminadamente a cualquiera que le pueda percibir, el enojo es la que más inmediata y fuertemente golpea a todos los espectadores.

Tomkins define el enojo como una emoción “abstracta y general”, justo porque emerge en una serie casi infinita de situaciones diversas y no se asocia necesariamente a características específicas de alguna situación. Yo me puedo enojar por un pensamiento, pero también reclutar pensamientos porque ya estoy enojado, o tal vez, simplemente reaccionar al enojo del otro, mi enojo de base será siempre el mismo, aun cuando después concluya en modos diferentes. De esta generalidad deriva también aquella que Tomkins llama la ambigüedad del enojo.

Vergüenza, embarazo, humillación. Según Tomkins (1963), timidez, embarazo, vergüenza, humillación y culpa, comparten el mismo afecto fundamental, aún si el simple embarazo, la vergüenza por mi inadecuación, la humillación por mi total incapacidad y el sentido de culpa por haber hecho alguna cosa moralmente condenable tienen niveles diversos de complejidad. Todos forman parte de aquello que Lewis define como “emociones autoconscientes” (self-conscious), en el sentido que exigen al sujeto ser consciente de la emoción y de su interacción en una red de relaciones. Aquello que tienen en común (y que le diferencia de otras emociones autoconscientes, como el orgullo o el desprecio) es una reacción que disminuye el contacto con el otro y me lleva a encerrarme en mí mismo, reduciendo o bloqueando la comunicación. En este sentido, la vergüenza por un lado es quizá la más social entre las emociones primarias, por otro es aquella que más me hace consciente de mí mismo: me vuelvo demasiado consciente de mi cara y de la expresión de mis emociones, tanto que mis reacciones de vergüenza (por ejemplo, el sonrojarse) incrementan mi vergüenza.

Desprecio y disgusto. El disgusto es universalmente reconocido como emoción fundamental, que me lleva a alejarme de objetos potencialmente nocivos; el desprecio es leído por Tomkins (1963) como la misma emoción pero directa en los seres humanos. Ambas pueden ser emociones sea tácitas o dominantes, especialmente si el desprecio funciona neutralizando o limitando la vergüenza, a la cual está estrechamente ligado. En muchos aspectos, de hecho, el desprecio es recíproco a la vergüenza, si me avergüenzo, soy muy consciente de mí mismo y reacciono buscando esconderme; si desprecio a algún otro o estoy disgustado, estoy concentrado en el otro más que en mí desprecio y quisiera que se avergonzara. Si mi vergüenza es tácita, el desprecio me permite no sentirla, buscando sobretodo suscitarla en el otro

Orgullo. Si el desprecio es el recíproco de la vergüenza. El orgullo es su opuesto. Si me avergüenzo quisiera esconderme, desaparecer de la vista de los otros y al mismo tiempo busco controlar a los otros, entender de dónde viene su (presunto) desprecio hacia mí. Me escondo de sus miradas y controlo. Si soy orgulloso, la mirada de los otros es igualmente importante y entonces lo tomo en cuenta, pero para estar seguro de ser visto. Si soy orgulloso, mi deseo es ser visto y apreciado.

Responsabilidad y culpa. La culpa está en relación muy estrecha con la responsabilidad. La culpa es reconocida como emoción, la responsabilidad no, pero (desde el punto de vista clínico) culpa y responsabilidad están juntas, porque en conjunto la persona siente que lo que hace o no hace, lo que hizo o no hizo, influye su estado emotivo. Se podría decir que la culpa es la consecuencia de una responsabilidad traicionada, o que la responsabilidad es aquello que hace actuar para evitar desarrollar un sentido de culpa, o que la responsabilidad y la culpa giran en torno a la vergüenza, la primera dirigiéndose al futuro y la segunda al pasado. Otras emociones también pueden entrar en juego, a la culpa se acompaña fácilmente tristeza (juntas hacen parte del conjunto sintomático de la depresión), a la responsabilidad, la ansiedad. Veremos más adelante las complejas interacciones que giran en torno a la responsabilidad.

Tristeza y luto. La tristeza es una de las emociones fundamentales. Y quizá entre ellas, es probablemente la menos indagada, quizá porque su propia naturaleza es poco clara.

La tristeza que asocia su típica apariencia a ralentización, disminución de la comunicación, disminución del tono de voz y reducción de la mímica, me lleva a encerrarme en mí mismo. Respecto a la vergüenza, el aislamiento es más completo, sin un abierto interés en el otro, aun cuando frecuentemente termina por producir un reclamo de la atención de los otros. Complejamente es una emoción de múltiples facetas. Puede fácilmente ser dominante, especialmente en su forma endulzada que es la melancolía. Barr – Zisowitz (2000) menciona también diversas culturas en las cuales la tristeza o una emoción análoga, es considerada positiva y hasta deseable. La tristeza se vuelve una emoción tácita si se niega un luto.

Miedo y ansia. Como la sorpresa, son emociones que señalan la necesidad de una reorganización del campo de atención, pero como el sufrimiento y la tristeza, tienen una cualidad afectiva desagradable. Freud puso a la ansiedad en la base de toda su concepción de las defensas, Tomkins (1963) está convencido que Freud y el pensamiento psicoanalítico han condensado bajo el nombre de ansiedad todas las emociones negativas, incluido el sufrimiento, el enojo, etc.  Por lo general se cree que la principal diferencia entre miedo y ansiedad, sea que la primera tiene un objeto definido y la segunda no; la cualidad emotiva es de cualquier forma la misma para ambas.

Envidia y celos. Podemos definir la envidia como un resentimiento generado por el deseo de poseer las cosas, las relaciones, o las cualidades del otro, asociado al deseo de castigarlo o mejor, destruirlo por esto. Ha sido extensamente indagada sobre todo por los psicoanalistas, tanto que lo dicho a propósito es todavía aquello propuesto por Melanie Klein (1957), y retomado con pocas variaciones por Otto Kernberg (1986), que la envidia es la expresión más o menos inmediata de pulsiones destructivas esencialmente internas e innatas, directas a las destrucción del objeto (del otro). Eso generaría a su vez, angustia persecutoria y una pérdida de esperanza general. Pero ésta no es la única concepción posible. La psicología del Yo ve en cambio, la envidia como reacción a un sentido de inadecuación y vergüenza, muy fuerte para ser soportado. El envidioso en este caso, sustituye al propio sentido de anular el enojo envidioso hacia el otro, sentido como él o ella que lo priva de cuánto podría tener de bueno.

Diferente al discurso sobre los celos. Por cuanto frecuentemente los dos términos son usados como sinónimos, tanto en el lenguaje cotidiano como en el profesional, en los celos el deseo de posesión no se dirige tanto a la cualidad del otro, sino hacia el otro como persona amada, el enojo y la destructividad van dirigidas sea hacia el otro, sea hacia el tercero que (aparentemente) se lo lleva. Entonces, los celos pueden ser vistos como la reacción a una amenaza – verdadera o presunta – a un vínculo de parte de una tercera persona, con una pérdida de estima y sentido de sí; de aquí la presencia frecuente de otras emociones, como enojo, impotencia, pérdida y disgusto.

Aburrimiento. Es fácil ver apatía y aburrimiento como causa de la falta de actividad, que psiquiatras y psicoanalistas observan en las personas deprimidas, el tedio tan bien descrito por Baudelaire. Aquel sentido de vacío, de inutilidad bien explicaría su inercia. Pero también puede ser al contrario, que sea la  inmovilidad la que genere el aburrimiento. Greenson (1953) ha observado un estado de apatía y aburrimiento en aquellos que un tiempo fueron definidos con neurosis de guerra. Soldados que hacían el mínimo posible y no participaban en las actividades, sin recibir alguna ventaja ni pedir un cambio de sus funciones. Este “aburrimiento de guerra” se adhería más frecuentemente a soldados con tareas repetitivas, menos frecuentemente en la aeronáutica que en el ejército, más fácilmente en el personal de tierra que entre los pilotos. La repetitividad de una tarea vacía de significado llevaba a la apatía. Se puede decir que el hacer nada generaba la apatía, más que el contrario. El aburrimiento de la neurosis de guerra desaparecía junto al estado de apatía cuando los soldados se encontraban en un sistema emotivo en el cual la apatía tenía menos sentido, en los casos simples eran ya suficientes un ambiente cálido, un trato humano y buena comida. Para los casos más graves la única esperanza era que el ejército los regresara a casa.

ADVERTENCIA

Este mínimo catálogo no es exhaustivo, ni podría, de todos los posibles estados emotivos que entran en terapia. Solo intenta dar alguna indicación de las emociones que más frecuentemente encuentro y de cómo pueden volverse dominantes o tácitas. Pero hay algunas cautelas que observar al respecto, que quisiera recordar brevemente.

Antes que todo no hay correspondencia entre evaluación de las emociones en un sistema  y evaluación psicopatológica, ni  entre este tipo de evaluación y algunas formas de diagnóstico estructural, como aquellas psicoanalíticas. Por ejemplo, fobias, ataques de pánico, fobias sociales y trastorno de personalidad por evitación son clasificados en psiquiatría, entre los trastornos de ansiedad y los trastornos de personalidad de tipo ansioso (cluster C del DSM), incluso desde el punto de vista de un diagnóstico estructural psicoanalítico (y con mayor razón), la ansiedad es considerada un determinante central. En cambio, desde el punto de vista de mi evaluación emotiva, el eje ansiedad / miedo es ciertamente la emoción dominante en fobias y ataques de pánico, mientras para la fobia social y el trastorno evitante la emoción dominante es la vergüenza. Vergüenza que entre otros elementos, también es componente emotivo de cuadros psicopatológicos, que en una visión psiquiátrica son completamente diferentes como ciertas formas de psicosis, sobretodo en fase inicial.

Segundo punto: la idea más atrayente para el terapeuta es obviamente andar a la búsqueda de las emociones dominantes, como si ellas fuesen la llave del sistema emotivo. Pero por importantes que sean, no son suficientes. Cada vez que en un sistema emotivo emerge una emoción dominante, debemos también preguntarnos cuáles pueden ser las correspondientes emociones tácitas. Por ejemplo, un sistema emotivo dominado por el desprecio puede tener como emoción tácita la vergüenza, que es la emoción complementaria al desprecio, o el miedo del cual el desprecio ofrece como sea protección.

Tercer punto, concebir las emociones como entidades discretas, según la lección de Tomkins, es útil para propósitos descriptivos, pero también puede favorecer un pensamiento muy categórico. De hecho, no sólo no hay puntos de vista idénticos sobre  cuáles sean efectivamente las diferentes emociones, sino que tampoco hay certeza de la manera en nosotros les experimentemos de modo muy distinto

En fin, no debo jamás olvidar que el paciente, la familia, la pareja que tengo enfrente no es más aquella persona, familia o pareja así como es o como aparenta. Es la persona, la familia, la pareja como es en la interacción conmigo terapeuta. Debo entender cuál es mi contribución en el hacer emerger propiamente aquellas emociones y no otras. Cada terapeuta, cada sesión, lleva al descubierto ciertas emociones pero también deja escondidas otras. Cada emoción que me parece descubrir en terapia es necesariamente una de mis hipótesis y en cuanto tal provisoria (Bertrando y Toffanetti, 2003).

REFERENCIAS

  • Barr – Zisowitz, C. (2000). “Sadness – is there such a thing?”. In Lewis, M. Haviland-Jones, J.M.(acura di) Handbook of emotions, seconda edizione. Guilford Press, New York, pp. 607-622.
  • Bertrando, P. Toffanetti, D. (2003). “Persons and hypotheses: The use of the therapist in the therapeutic Process”. In Australian and New Zealand Journal of Family Therapy, 24, 1, pp. 7-13.
  • Clement, U. (2004). Terapia sessuale sistemica. Tr. It. Rafaelo Cortina, Milano 2010.
  • Greenson, R.R. (1953). “Noia”. Tr. It.in. AA.VV., Noia e apatia. Bollati Boringhieri. Torino 1992, pp. 53-73.
  • Hatfield, R. Rapson, R. L. (2000). Love and attachment processes. Un lewis, M. Haviland-Jones, J. M. (a cura di). Handbook of emotions, seconda edizione. Guilford Press, New York, pp. 654-662.
  • Orange, D.M. (1995). Emotional Understanding. Studies in Psichoanalytic Epistemology. Guilford Press, New York.
  • Saarni, C. (2000). The social context of emotional development. In Lewi, M. Haviland-Jones, J. M. (a cura di) Handbook of emotions, seconda edizione. Guilford Press, New York, pp. 306-322.
  • Tomkins, S. (1963). Affect, Imagery, Consciousness, vol. 1. The positive affects. In Affect, Imagery, Consciusness. The complete Edition. Springer, New York 2008. Pp. 289 – 545.

* FUENTE: Bertrando, P. (2014). Il terapeuta e le emozioni. Milán: Raffaello Cortina Editore. TRADUCCIÓN: Sheila Ortiz Peña.

Texto utilizado en los Diplomados de Psicoterapia Sistémico-Dialógica. México 2017 – 2019.

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